Por Cándido Mercedes
“¿No necesitaremos en nuestro Estado un servidor siempre atento a este, si queremos preservar la estructura básica de dicho estado? Ciertamente, y que sea lo más capaz posible”. (Platón: La República).
Construir el cuerpo político de la democracia es la asunción real de la paideia, que, como formación, educación y desarrollo, en todos los campos de la existencia humana, se llevaba en la antigua Grecia, lo que hoy el pensamiento complejo llamaría la visión holística y la interdisciplinariedad de las cosas.
El campo político es lo más vasto en las aristas de la dimensión social, que tenga lugar allí donde nuestras decisiones se han de asumir con responsabilidad. La responsabilidad como una obligación de responder cuando se hace uso del derecho de hacer, reflexionando, ponderando las decisiones, tomando como base y esencia los distintos intereses que gravitan; empero, visualizado desde el Estado, imponiendo decisiones ideológicas que cosifican en todo el entramado de la vida social, cultural e institucional.
Es como nos decía Karl Popper “¿Cómo se pueden organizar las instituciones políticas de modo que se impida que los gobernantes malos e incompetentes hagan mucho daño?”. Buscando hombres y mujeres que conozcan el alcance de su puesto, la naturaleza de la importancia y su rol en el plano de sus acciones y decisiones para la empresa, organización o país.
Las consecuencias con visión, mirando el presente en una perspectiva conjugada de futuro. Personas con profundas convicciones, donde la plenitud de su bondad y generosidad gravitan en el aura sempiterna de la firmeza con la necesaria competencia. La competencia es el radio de acción de la concretización del conocimiento en la realidad. La competencia es transformación. Es ir en la ruta del hilo conductor que deviene de la información, del conocimiento, para penetrar en su saber y en un saber hacer, tejiendo en el hilar de talento.
Talento es la suma de conocimientos, habilidades, experiencias, aunados todos ellos a través del comportamiento. El comportamiento, que subyace en las competencias, significa las habilidades de hacer o poder hacer, donde dirigir, gestionar es más que actuar. Es alcanzar resultados efectivos con validez, pertinencia, confiabilidad. Obra hoy, una crisis que es, al mismo tiempo, convergente y divergente, como si necesitáramos seres humanos en la transición, que son aquellos que se fraguan en la luz para neutralizar la oscuridad, que no son jueces, sino impulsores, que como decía Plantón “cazar juntos la verdad”. Que no se constituyan en esta cultura de lo posible, sino que sinergizan el espacio de los catalizadores coadyuvando con el ritmo de la historia.
Erich Fromm en su magistral obra de los años 70 del siglo pasado, El Arte de Vivir, expresó una frase lapidaria “El hombre es al mismo tiempo artista y objeto de su arte”. Somos, diríamos nosotros, sujeto y objeto y en esa imbricación es contemporaneidad simultánea, nos bosquejamos y transformamos. Constituimos la única especie animal que al transformar el objeto, nos transformamos social e históricamente y con nuestras acciones, decantamos un nuevo escenario, una cantera de oportunidades: rupturar que acelera o degrada por momentos la marcha de la historia.
En medio de la enormidad de la ausencia, falencia de las ideas, de la crisis de pensamientos, nos pauta la degradación del comportamiento, la hilaridad laxa del cinismo, de la hipocresía social. La capacidad argumental es tan ostensible que la mejor debería ser el silencio. ¡No hay diálogo! Como en el ágora donde los ciudadanos expresaban sus inquietudes, donde el gimnasio del dialogo propiciaba el encanto de lo físico y de la frescura mental- emocional, al encontrar ideas distintas que busquen la verdad, lo mejor. De allí que Epicuro, en esas sabias reflexiones, nos legó la impronta “Nadie por joven o por viejo que sea debería esperar para ponerse a filosofar, pues nunca es ni demasiado pronto ni demasiado tarde para cuidar de la salud del alma”.
Se requiere, en nuestra sociedad, reflexionar, correr al pensamiento para dialogar con contenido, con la sustancia necesaria, para no seguir generando los ratones, cuando pudimos tener un cerdo, un perro o un caballo. Estamos en el monólogo de la vergüenza y de la mediocridad, en medio de un teatro acuoso, tan ligero, que no anima a los asistentes de la obra a quedarse perdiendo su tiempo. Es grave lo que hemos visto en estos días con el trabajo del primer poder del Estado, con la representación sin parangón ¡La crisis de representación al desnudo! Con el agravante, que es la única institución donde el Poder Ejecutivo, más le cumple en el presupuesto.
El presupuesto del Congreso para este año 2025 es de RD$8,907,164.00, desglosado así:
a) Diputados: RD$5,896.75
b) Senado RD$3,018.979.00
El Congreso tiene asignado más dinero que cuatro ministerios juntos (Cultura, Juventud, Deportes y Mujer). Para ser Senador o Diputado no se necesita ningún perfil profesional, ni ser universitario, ni bachiller, ni haber terminado la primaria ni siquiera, como los Regidores que solo le exigen saber firmar
El costo de la política, que la partitocracia ha aupado y propiciado, ha conllevado a llevar personas sin preparación y los responsables de ese espacio institucional no se auxilian de los mejores talentos en cada área necesaria del quehacer que origina cada ley, cada código. Ver la redacción del Código Penal sencillamente causa rubor y cuasi espanto. Ver a la psicóloga y sexóloga nos ruboriza. Pensar que tienen poder y su relación clientelar genera un modelo referencial en los sectores más carenciados económicamente, que apuntala de seguir este trayecto, a una sociedad difuminada en el espasmo sacrosanto.
Immanuel Kant nos señalaba “Obra siempre de modo tal que la máxima de tu acción pueda ser erigida en norma universal”. O, como esbozaba Compte-Sponville, que nos recreaba “¿Quieres saber si tal o cual acción es buena o condenable, pregúntate que ocurriría si todos se comportaran como tú? El dinero y la visibilidad no dan reputación, a lo sumo otorga poder, en gran medida, siempre efímero.
Nuestra sociedad está muy lejos de una sociedad cohesionada con un capital social halagüeño. Somos, en gran medida, un cuerpo social matizado por una profunda anomia, que se sedimenta en la falencia lógica de la equivalencia, para confundir y groseramente manipular. Los hacedores de ese código ahora dicen que no son 3 causales, que son 2, pues ellos “aprobaron 2”, que el médico puede decidir la interrupción del embarazo si peligra la vida de la mujer y del embrión. ¡No la mujer sobre su cuerpo! Un código con la instrumentalización moderna de la tecnología y la criminalidad del Siglo XXI y el monstruo de esperpento de la medianía sin par, aullando en la oscuridad de los 400 años del dominio de la teocracia de la Edad Media. Allí donde de 205 países, solo 5 se encuentran en la edad de la caverna. Solo que aquella voz todo era oscuridad y tiniebla, y ahora hay mucha luz. Aunque nuestros representantes en el Congreso andan con una “vela”.
La reputación está cargada de la integridad, que es la armonía entre pensar, decir y hacer, es la combinación entre los sentimientos, valores y compromisos. La integridad, que deriva en reputación es hacer lo correcto aunque nadie nos esté mirando. La integridad, es la síntesis de nuestro estado de conciencia en concordancia con nuestra vida, que nos da el plano axiológico de la responsabilidad con los otros, valorando siempre las consecuencias de sus actos.
Los actores políticos constantemente actúan bajo la sombrilla, sin caretas, de los dilemas éticos:
1) Hacen lo que les “resulta” más conveniente.
2) Hacen todo lo necesario para “ganar”.
3) Piensan sus opciones con relativismo, especializado en “el arte de lo posible”.
Como dijera Salvador Allende aquel septiembre de 1973 “nadie puede detener la marcha de la historia”. En medio del optimismo de la historia nos abrazamos como parte de su juicio, de Edmundo Burke “El peor error que podemos cometer es no hacer nada, por pensar que es muy poco lo que podemos hacer”. La democracia, eclipsada hoy, alumbrará, más tarde o más temprano, una más plena y mejor democracia. Allí donde Aristófanes, ni Anito ni Meleto y Licon, fragüen la reputación de la verdadera democracia y el verdadero sentir del pueblo dominicano.